Prácticamente todas las actividades que generamos tienen un impacto medioambiental, y el uso de la tecnología no es una excepción.

El impacto ecológico de las nuevas tecnologías se produce básicamente en dos ámbitos: consumo de hardware y consumo eléctrico. Estos dos impactos también se pueden segmentar según su origen y los podemos clasificar como: consumo propio o consumo de la nube.

Como consumo propio entendemos el hardware que se compra y se destina a uso personal, ya sea un ordenador, teléfono móvil, portátil y todos los accesorios necesarios (pantallas, discos duros…).

A menudo estos recursos presentan una problemática doble: suponen una parte imporante del gasto económico de cualquier actividad profesional y representan un gasto energético y de recursos materiales poco o nada sostenible.

Como consumo de la nube entendemos todo el hardware que se utiliza para almacenar el contenido de nuestra actividad digital y toda la energía que se consume para que este hardware funcione. Lo que conocemos comunmente como "Internet" existe y funciona básicamente gracias a miles de servidores que están refrigerados permanentemente y que almacenan y procesan la información para intercambiarla entre todos los usuarios de internet.

A más uso de datos de los usuarios + hardware para procesarlas + consumo energético.

Nos encontramos pues, ante un escenario de consumo de recursos físicos (hardware) y energéticos preocupante.

Por un lado, el derroche de recursos y hardware servibles que generan desechos útiles. Por ejemplo, la renovación constante de servidores por otros más potentes, la falta de reacondicionamiento o relocalización de este hardware y una mala planificación de recursos TIC suelen ser la causa.

Por otro lado, un elevadísimo consumo eléctrico, ya que es la única fuente de alimentación de este tipo de hardware. Normalmente esta energía no proviene de fuentes sostenibles, por lo que el impacto medioambiental de las emisiones que genera esta actividad es notable.